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SALVÓ A 6000 PERSONAS EN LA II GUERRA MUNDIAL. SU LEMA FUE «DIOS NO TIENE NACIONALIDAD». ESTA ES LA HISTORIA DEL PADRE HUGH O’FLAHERTY

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Monseñor Hugh O’Flaherty es un recordatorio de que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay quienes eligen hacer el bien y vivir «amando a los enemigos y rezando por los que persiguen», (Mt 5,44).

Redacción eldebate.com

Quizá el nombre de Hugh O’Flaherty no sea conocido para muchos. Pero el de Gregory Peck todo el mundo lo ha escuchado alguna vez. El icónico actor de Hollywood que protagonizó Vacaciones en Roma, con Audrey Hepburn, o Recuerda de Alfred Hitchcock, se vistió de sotana para interpretar la vida de un sacerdote que hizo historia en el pequeño Estado del Vaticano durante la II Guerra Mundial.

Así, la novela Escarlata y negro del escritor J.P. Gallagher fue llevada a la gran pantalla para inmortalizar la Roma de la ocupación alemana, donde la Iglesia se organizó para proteger a quienes estaban en peligro. «Solo cumplo con mi deber», solía decir el sacerdote irlandés a quienes lo elogiaban. Su filosofía era clara: «Dios no tiene nacionalidad», enfatizaba, ayudando a cualquier persona en riesgo, sin importar su pasaporte o religión y consiguiendo salvar a lo largo de su vida a 6.000 personas.

Tras la línea enemiga

Nacido en Cahersiveen, Irlanda, en 1898, se ordenó sacerdote en Roma en 1925, donde pronto fue nombrado vicerrector del colegio Propaganda Fide. Posteriormente, se unió al servicio diplomático del Vaticano, trabajando en varios países antes de establecerse en el Vaticano en 1938. O’Flaherty facilitó sus operaciones desde el Colegio Teutónico, donde la coordinación de su red de rescate a menudo ocurría bajo las imponentes bóvedas de la basílica vaticana, a los pies de la famosa Piedad de Miguel Ángel.

Los esfuerzos de O’Flaherty comenzaron cuando la Santa Sede le encomendó la tarea de visitar los campos de prisioneros en Italia, llevando consuelo a los detenidos y notificando a sus familias sobre su paradero a través de Radio Vaticana. Con la ocupación alemana, muchos prisioneros de guerra aliados que habían sido liberados bajo el régimen de Mussolini se encontraron en grave peligro. O’Flaherty unió fuerzas con sacerdotes, espías, diplomáticos e incluso comunistas, formando la conocida Línea de Escape de Roma, que logró salvar a unos 4,000 fugitivos en apartamentos, granjas y conventos.

El teniente coronel Herbert Kappler, jefe de la Gestapo en Roma, se convirtió en el antagonista de O’Flaherty. Ordenó pintar una línea blanca en la Plaza de San Pedro para marcar el límite entre la Ciudad del Vaticano e Italia. Además, amenazó a monseñor O’Flaherty con muerte si cruzaba esa línea y lo advirtió que sufriría torturas si alguna vez era capturado. A pesar de estas amenazas, el sacerdote continuó su misión, incluso utilizando disfraces para evitar la detención, apareciendo como monja, cartero, barrendero o verdulero.

Uno de sus escapes más memorables ocurrió durante una visita al príncipe Doria Pamphilj en su palacio en la Vía del Corso. El príncipe, un firme antifascista casado con una escocesa, formaba parte de la red de escape y brindaba refugio y apoyo financiero a O’Flaherty. Cuando los alemanes localizaron el escondite, rodearon el palacio, creando una situación desesperada.

Sin embargo, el príncipe utilizó un pasadizo secreto para llevar a O’Flaherty al sótano, donde casualmente estaban entregando carbón. El sacerdote se quitó la túnica y se cubrió de hollín, logrando salir entre las tropas de las SS sin ser reconocido. A pesar de los esfuerzos de Kappler por capturarlo fuera del Vaticano, O’Flaherty siempre lograba evadirlo.

La ayuda proporcionada por O’Flaherty no era fortuita; la línea de fuga de Roma contaba con una estructura meticulosa. Las listas con nombres y ubicaciones de refugios estaban organizadas con gran cuidado, y cada noche estos registros eran guardados en cofres de latón, que se depositaban en un nicho de la gruta de la Virgen de Lourdes, en los jardines vaticanos.

O’Flaherty tenía un talento especial para ocultar a judíos y perseguidos, utilizando lugares insólitos e inesperados. Entre ellos, se encontraban refugios situados cerca del cuartel de la Gestapo en Roma, así como en dos de las iglesias más relevantes del antiguo Gueto de la ciudad: Santa María in Pórtico in Campitelli y Sant’Angelo in Pescheria.

Cadena perpetua y un único visitante: O’Flaherty

Al finalizar la guerra, O’Flaherty había salvado a miles de personas, entre ellas muchos judíos, aunque nunca habló extensamente de sus hazañas. Su sobrino recordó que, a pesar del interés de los medios, el sacerdote prefería vivir en el presente y no en el pasado. En la placa del monumento, financiada por el gobierno irlandés, se destaca su legado como «incansable defensor del débil y el oprimido».

Alemania firmó su rendición incondicional en Reims el 7 de mayo de 1945, en el cuartel general del general estadounidense Dwight D. Eisenhower, comandante de las fuerzas aliadas en el noroeste de Europa. Esta rendición entró en vigor el 8 de mayo a las 11:01 p.m. El Papa Pío XII estaba al tanto de las acciones heroicas del sacerdote irlandés Hugh O’Flaherty, y el 10 de mayo lo convocó para agradecerle y felicitarlo por sus valientes esfuerzos, así como por la labor de la red de laicos, sacerdotes y monjas que lo apoyaron.

El coronel Herbert Kappler, responsable de crímenes de guerra, incluida la masacre de las Fosas Ardeatinas en Roma, donde murieron 335 personas, fue condenado a cadena perpetua. Durante sus largos años en la prisión militar de Gaeta solo tuvo un visitante: O’Flaherty. Cada mes, año tras año, el irlandés fue a visitarlo. En 1959, el jefe de la Gestapo fue bautizado y recibido en la Iglesia católica en manos del que había sido su enemigo.

De acuerdo con los registros de la Línea de fuga de Roma, se ayudaron a 3,925 fugitivos, aunque se estima que en total se salvaron alrededor de 6,000 personas gracias a los esfuerzos del sacerdote irlandés y su red de colaboradores. Monseñor Hugh O’Flaherty, quien falleció en 1963, es un recordatorio de que incluso los momentos más oscuros, siempre hay quienes eligen hacer el bien y vivir «amando a los enemigos y rezando por los que persiguen», (Mt 5,44).