EXTRACTO DEL TOMO 1 «SOBRE LA VIDA DEL CASTO Y PODEROSO SAN JOSÉ» | COMPLETO AQUÍ: (https://unpasoaldia.com/2020/02/15/especial-conociendo-a-san-jose-basado-en-el-relato-mistico-de-la-hna-ma-cecilia-baij-ano-1736/)
Desde el Nacimiento de José hasta la Encarnación
Los Padres del Santo
Habiendo Dios destinado como esposo de la Madre de su Unigénito al GLORIOSO SAN JOSÉ , quiso también que se asemejara mucho a la misma, tanto en sus orígenes, como en la patria y mucho más en las virtudes de Ella, ocupándose el Altísimo de formarlo tal cual convenga para hacerlo digno esposo de la divina Madre.
Jacob se llamó el padre y Raquel la madre, personas de una vida muy Santa e iguales tanto en la nobleza como en las virtudes. El padre fue de la estirpe y linaje de David; la madre fue de la misma descendencia.
Permitió Dios que sean por algún tiempo estériles, porque quería que nuestro José fuera hijo de oración, y por lo tanto sus padres hacían muchas limosnas a los pobres, como también en el templo de Jerusalén, a donde iban a menudo a orar para pedir a Dios la suspirada prole, y Dios no tardó mucho en consolarlos.
Habiendo ido un día al templo para ofrecer muchas limosnas, la madre tuvo una gran Fe que Dios la habría escuchado y consolado.
Al regresar de Nazareth concibió a nuestro José, y en ese tiempo se vieron sobre su casa tres resplandecientes estrellas, una de mayor sublimidad y resplandor que las otras, manifestando Dios con estas señales, como nuestro José debía formar la trinidad en la tierra y ser jefe de la Sagrada Familia.
Sin embargo Dios permitió que no fuera conocido este prodigio, de modo que estuviera escondido el misterio y la suerte del Santo.
Al estar pues la madre encinta de nuestro José experimentaba un gran consuelo y se iba siempre ejercitando en actos de mayor virtud.
Nuestro José con el alimento que le daba la madre, se empapaba también de las virtudes y devociones que ella practicaba, de modo que también desde el seno materno traía junto con el alimento las nobles virtudes de su buena madre.
Luego creció mucho la virtud, la devoción y la alegría de sus padres, cuando Dios les reveló el oculto secreto por medio de un Ángel, que habló a ambos en sueño, esto es, manifiesto a la madre, como el niño que ella llevaba en su seno, habría tenido la suerte de ver al Mesías prometido y de tratar con Él; que sin embargo lo criara con gran precaución y cuidado. Que le pusiera el nombre de José, y que será grande delante de Dios. Lo mismo dijo a su padre, -también en sueño-, ordenando sin embargo a ambos que guardaran oculto el secreto del Rey y que no lo manifestaran ni siquiera a su hijo, sino que sólo lo hablaran entre sí para consuelo de su espíritu y para estar unidos ambos, agradecer a Dios y criar bien al niño, como también hacerlo instruir en la Sagrada Escritura.
Llenos de alegría los padres de nuestro José por el misterioso sueño, se conversaron juntos acerca de lo sucedido, y al encontrarse dignos ambos del mismo sueño dieron cariñosas gracias a Dios y se animaron en la práctica de las más heroicas virtudes; y puesto que eran sabios y muy prudentes, conservaron dentro de sí el secreto, sin nunca manifestarlo a nadie, obedeciendo a cuanto el Ángel les había ordenado.
Nacimiento y Circuncisión
Habiendo llegado el tiempo del nacimiento de nuestro José, su madre se preparó con más fervientes oraciones, hasta que llegado el afortunado día lo dio a luz con gran facilidad, quedando muy consolados, tanto sus padres, como también quien los asistía.
Nuestro José tenía un aire angelical, grave y sereno y aunque en esa edad tan tierna no se pueden distinguir en los otros niños las facciones del rostro, en cambio en el rostro de José, fácilmente se las podía distinguir, solo al mirarlo, causó en todos un gran consuelo y sobre todo en sus padres, que, al verlo así, se confirmaron en la verdad de cuanto el Ángel les había dicho en sueño.
Acabadas las funciones que en dichas circunstancias suelen hacerse, la madre se dedicó a dar gracias a Dios de un parto tan feliz, y después de haberse hecho traer el niño lo ofreció a Dios con el deseo de dedicarlo al servicio del Sagrado Templo de Jerusalén. Pero Dios ya lo había destinado a hacerlo custodio del Templo vivo y animado del Espíritu Santo, esto es, de la Madre del Verbo Divino.
Sin embargo, el Altísimo mucho se complació en el deseo y en el ofrecimiento de su madre, y si no aceptó y escuchó sus deseos, fue para elevarlo a un lugar aún más alto.
Se difundió la fama por toda Nazareth acerca del nacimiento del niño y de sus raras facciones, y de su parecido con los Ángeles del Paraíso. Todos se alegraron y festejaron el nacimiento del niño, llenando a todos de una insólita alegría y de júbilo de corazón.
Resplandecieron luego maravillosamente las tres estrellas que brillaban sobre la casa de sus padres en el nacimiento de José, haciéndose ver de nuevo aunque de paso.
Nuestro José abrió los ojos y los fijó hacia el cielo teniéndolos por algún tiempo fijos en él, como asombrado en mirar la grandeza de la señal que Dios daba al mundo de su nacimiento. Al cerrarlos luego, no los abrió más hasta el tiempo debido y esto fue admirado por todos con gran asombro y estupor.
Llegado el octavo día hicieron circuncidar al niño según la costumbre de los judíos y el mandato de la ley, y le pusieron el nombre de José, estando mutuamente de acuerdo sus padres acerca de ello.
Luego fue dado por parte de Dios a José, además del Ángel de su guarda, también otro Ángel, que le iba hablando en el sueño muy a menudo y lo instruía acerca de todo lo que tenía que hacer para agradar más a su Dios.
Nuestro José estaba a esa tierna edad con el uso de la razón, de la cual se servía para conocer, alabar y agradecer a su Dios que tanto lo había favorecido, sufriendo la incomodidad de esa tierna edad con gran paciencia. A menudo el Ángel le avisaba que ofrezca a Dios esos padecimientos que, sufría al estar apretado entre las vendas; y el niño lo hacía en agradecimiento de los favores que Dios le compartía, y a Dios eran muy gratos sus ofrecimientos.
Luego el niño llegaba a percibir como su Dios era muy ofendido por los horribles pecados, por lo tanto a menudo lloraba, aunque sin tanto ruido, para no causar pena a sus padres, le ofrecía a Dios esas lágrimas inocentes, así como a su Ángel. Cuando hacía esto recibía de Dios mayores luces y Gracias, y él no dejaba de dar gracias a quien tanto lo estaba beneficiando.
Nuestro José, al tomar la leche de su madre, se llenaba siempre más de sus virtudes, y con ella se mostraba, más que con los demás, muy encariñado y complacido por el alimento que le daba.
Se le mostraba muy alegre y jovial, porque veía en ella las raras virtudes, y entendía, cómo con la leche que tomaba de ella se le participaba-también sus virtudes. Fue luego nuestro José de un óptimo temperamento y enriquecido de dones naturales y más aún de dones sobrenaturales.
Iba creciendo maravillosamente tanto en el cuerpo como en el espíritu. En el cuerpo por el buen alimento que recibía de su madre, la cual también gozaba de óptima salud. En el alma, por los continuos dones que recibía por parte de la Gracia divina y generosidad de su Dios, que lo iba formando según su gusto y según su Corazón, para volverlo luego digno esposo de la Madre del Verbo Divino.
Conocía el niño las Gracias que de Dios recibía continuamente, y se mostraba grato con los acostumbrados actos de agradecimiento. Apenas tuvo la capacidad de amar, nuestro José la empleó toda en el amor hacia su Dios y sumo bienhechor, al cual mucho le debía por todos los dones que le había
Sus admirables virtudes
Nuestro José comenzó muy pronto a hablar y a caminar, y las primeras palabras que dijo fueron para nombrar a su Dios, habiendo sido avisado así en el sueño por el Ángel.
La mañana que habló, apenas se despertó, dijo: iDios mío! sus padres lo oyeron y asombrados y maravillados se Llenaron de alegría, gozando de que su hijo comenzara a hablar, y mucho más gozando de que sus primeras palabras fueran dirigidas a Dios, invocando su ayuda y llamándolo como algo suyo.
Nuestro José iba diciendo a menudo esta exclamación y con razón, porque habiendose entregado totalmente a Dios, Dios era todo suyo; y cuando oía decir de sus padres, que Dios se había hecho llamar el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, Él decía: -y de José; y lo decía con tanta gracia, en esa edad tan tierna, que sus padres gozaban mucho de ello y para oírlo, iban diciendole a menudo estas palabras; y era tanto el sentimiento con el cual el niño las decía, que parecía, como de hecho lo era, que Dios fuera todo su bien y la meta de todos sus afectos y deseos y que otro pensamiento y amor no tuviera sino para su Dios.
Todas estas acciones nuestro José las enriquecía con la recta intención, haciéndolo todo por amor a Dios, se privaba a menudo de lo que más le gustaba, así instruido por su Ángel en esa tierna edad, porque otra cosa no podía hacer para su Dios que tanto amaba; y a menudo se le ofrecía todo como don, renovando esos actos que ya hizo cuando fue presentado al Templo.
Queriendo luego su madre que su hijo tuviera mucha capacidad, lo iba instruyendo y enseñando varios actos de afecto hacia Dios, según las costumbres de los judíos, y nuestro José mostraba mucho agrado en oírlos y los practicaba admirablemente, con admiración de la madre y ,de quien lo oía.
Cuando lograba caminar con facilidad, a menudo se escondía para orar con las manos levantadas hacia el Cielo, haciendo actos de agradecimiento a Dios, por darle tantos beneficios, y se quedaba horas enteras arrodillado en el suelo.
Era maravilloso ver a ese pequeño niño en esa posición, pero más sorprendente era ver cómo su espíritu se deleitaba en la contemplación de las perfecciones divinas, que también se traslada al exterior.
Luego le fue manifestado por sus padres como Dios había prometido enviar al Mesías al mundo, a quien se lo estaba esperando vivamente, y que los antiguos Patriarcas tanto desearon, y ésto le fue tambien insinuado por el Ángel en el sueño; por lo cual nuestro José se encendió de un vivo y ardiente deseo de esta venida y dirigía cálidas súplicas a Dios, de modo que se dignara apresurar el tiempo de su venida.
Desde este momento, todas sus oraciones tendían hacia este fin, y Dios oía con agrado las súplicas del inocente José y se complacía mucho en ellas, y de esto le daba un claro testimonio, porque cuando José le dirigía estas súplicas, Dios le llenaba el corazón de alegría y de consuelo, por lo cual nuestro José se animaba siempre más en renovar dichas súplicas, y así iba progresando en el amor hacia su Dios y en las súplicas fervorosas.
Al ver luego sus padres que el hijo era tan capaz, comenzaron enseguida a instruirlo en las letras, y esto lo hizo su propio padre al estar muy instruido en la Ley, y no quiso entregar a otros al hijo para que fuera instruido, de modo que por la práctica de otros su hijo no viniera a perder ese espíritu que Dios le había comunicado.
Así nuestro José comenzó a aprender a leer y lo lograba admirablemente, de modo que su padre nunca tuvo ocasión de llamarle la atención. Tenía apenas tres años, cuando ya comenzó a leer, con mucho consuelo a sus padres y su provecho; y se iba ejercitando en la lectura de la Sagrada Escritura y los Salmos de David, los cuales luego el padre se los explicaba.
Era grande el consuelo que experimentaba nuestro José al leer y al oír explicar por el padre lo que leía, y en este ejercicio puso todo su empeño, sin descuidar nunca sus acostumbrados ejercicios de oración a Dios, y todo su tiempo lo empleaba en este ejercicio, esto es en orar, estudiar y leer, teniendo para cada cosa bien distribuido su tiempo.
Nunca fue visto, aunque niño, enojado, ni impaciente, conservando siempre una serenidad en su rostro y una gran tranquilidad, aunque muchas veces Dios le permitiera que tuviera alguna ocasión, de ser maltratado por los de la casa en ausencia de sus padres; y nuestro José todo lo sufría, con paciencia y alegría.
A menudo el demonio se enzañaba para instigar a los del servicio de la casa, de modo que lo maltrataran, para hacerle perder la Bella virtud del sufrimiento; pero nunca lo logró, porque nuestro José estaba tan sumergido en el amor de su Dios y tanto gozaba de su presencia en su alma, que no había nada, por grande que fuera, que perturbara la paz de su corazón y la serenidad de su espíritu.
Mucho se enfureció el demonio al ver, tanta virtud en José, y mucho más se enfurecía porque no podía acercarse a él con las tentaciones, pues Dios lo tenía alejado de ellas; pero tanto hizo que un día él precipitó por una escalera de la casa, permitiéndole Dios como ejercicio de virtud para nuestro José, y para mayor confusión del enemigo infernal; porque, al verse el niño así precipitado, llamó a Dios en su ayuda, y Dios no tardó en socorrerlo liberándolo de todo mal.
Nuestro José apenas había llegado a la edad de siete años, ya era capaz de todas las virtudes que estos Patriarcas habían practicado, y en la medida de sus fuerzas, se aplicaba para imitarlos en la Fe y en la confianza y amor hacia su Dios; y así iba creciendo nuestro José en las virtudes y cada vez más se volvía grato a los ojos de Dios.
Carismas Sobrenaturales
Había ya cumplido siete años nuestro José, y en esta tierna edad, mostraba un gran criterio, más que un hombre de edad madura, sus palabras claves y sus obras todas perfectas de tal modo que su padre, teniendo que tomar consejo acerca de las cosas importantes y de relieve, no encontraba mejor consejero que a su propio hijo, y todo le salía muy bien con el consejo que el hijo le daba, porque estaba muy iluminado por Dios, y nunca se equivocaba en su opinión, porque todo lo trataba con Dios a través de la oración.
Mucho se humillaba delante de su Dios, y cuando sus padres buscaban su opinión y algún consejo, sentía una gran perturbación, y solo hablaba para obedecerlos y para que Dios quedara glorificado en todas las cosas. Y Dios no dejaba de anticiparlo cada vez más con sus Gracias y de iluminarlo claramente, ya sea en la oración como también a través del Ángel que le hablaba en el sueño, aunque éste, en la medida que él iba creciendo, le hablaba muy rara vez, porque, además de las luces que Dios le comunicaba con más plenitud, venía también instruido con la lectura de la Sagrada Escritura.
Una noche sin embargo, mientras nuestro José dormía, se le apareció el Ángel en el sueño y le dijo, cómo Dios había aceptado de muy buen agrado su propósito de conservarse virgen por todo el tiempo de su vida, y que le prometía su favor y su ayuda particular; y, mostrándole un cinturón de incomparable valor y belleza, le dijo: -«este cinturón te lo manda nuestro Dios en señal de la complacencia que ha tenido con respecto de tu propósito, y de la Gracia que te hace para poder conservar siempre inmaculado el candor de tu pureza, ordenándome que yo te lo ciñe». Y acercándose le ciñó el cinturón en sus caderas, ordenándole que agradeciera a Dios por el favor y la Gracia que le compartía.
Al despertarse nuestro José se levantó enseguida, y de rodillas adoró a su Dios y le agradeció con afectuosos agradecimientos por el beneficio que le había hecho y por el don que le había enviado, por medio del cual, nunca nuestro José tuvo cosa alguna que le molestara con respecto a este particular; y aunque el demonio le asaltara con varias tentaciones, como se dirá en su lugar, sobre esto, sin embargo, nunca pudo molestarlo de ninguna manera, no permitiendo Dios que el enemigo lo asaltara con tentaciones contra la pureza y conservando en él una pureza admirable de modo que fue muy digno de tratar y de tener en custodia a la reina de las Vírgenes.
Las Primeras persecuciones del maligno
El común enemigo se enfurecía de rabia al ver las virtudes admirables que resplandecían en nuestro José, y que con su ejemplo atraía a muchos a la práctica de las virtudes; por lo tanto encendido de furor contra el Santo Jovencito, y no sabiendo cómo hacerlo caer en actos de ira y de impaciencia, y para alejarle de su fervor en el servicio y amor de su Dios, se puso a instigar a algunos de mala vida, poniendo en sus corazones una gran aversión y odio hacia el Santo, porque sus acciones virtuosas servían a ellos de gran reproche y confusión; por lo tanto acordaron juntos, que cuando se hubiesen encontrado con él, se habrían mofado y burlado de él, y también lo habrían insultado, como en efecto hicieron.
Al encontrarse por lo tanto nuestro José con estos jóvenes libertinos, que adrede lo iban buscando, comenzaron a mofarse y a burlarse de él. El Santo al estar solo, agachó la cabeza, y dirigiendo su corazón hacia Dios comenzó a suplicarle, de modo que le hubiese dado la Gracia para soportar todo eso; y les diera a aquellos la luz para que conocieran sus errores. Estos al ver que José no hacía caso alguno de sus burlas, se pusieron a maltratarlo con palabras, llamándolo necio, sin espíritu, despreciable y miedoso, y que ni siquiera sabía hablar. José seguía su camino con toda tranquilidad, y aquellos lo seguían con gran jactancia, diciéndole y lanzándole siempre burlas hirientes y ofensivas.
Al encontrarse el Santo Jovencito en duda si tenía que contestarles de modo que se apaciguaran, o si tenía que callar y sufrirlo todo con paciencia; sintió una voz interior que le sugería sufrirlo todo y callarse porque así habría agradado mucho a su Dios.
Esto bastó para que decidiera seguir sufriendo, también con alegría, esa persecución, sin nunca hablar; por ello esos jóvenes quedaron confundidos, y el demonio derrotado. Sin embargo, esos malos jóvenes no se quedaron en paz, sino que siguieron por mucho tiempo maltratándolo, de modo que al final, cansados de ofenderlo, lo dejaron.
Duró, sin embargo, mucho tiempo esta persecución, de tal modo que, cuando José salía de casa para algún asunto, que su padre le ordenaba, iba siempre preparado para sufrir el mal encuentro.
De esto nunca se quejó con nadie, ni siquiera con sus padres, estando siempre con el rostro sereno y jovial. Su padre sin embargo, fue avisado acerca de la persecución de la cual era objeto su hijo, al mismo que le preguntó si eso era verdad queriendo la debida reparación de ello; José le contesta con toda serenidad, que él más bien gozaba en estas cosas y que le pedía que guardara silencio porque estaba seguro, que sufriendo esto con paciencia, procuraba mucho agrado a su Dios, y luego le decía: «vos sabéis, padre mío, como han sufrido de buena gana las injurias nuestros Patriarcas y Profetas; como el Rey David sufrió ser perseguido e insultado; y nosotros sabemos que estos eran los amigos más favorecidos por nuestro Dios, así pues tenemos que imitarlos, puesto que Dios nos manda la ocasión».
Su pureza y humildad; tentaciones y pruebas
Mientras crecía en edad nuestro José crecía también admirablemente en la práctica de las virtudes, y progresaba mucho en el amor hacia Dios, como también en el estudio de las Escrituras, y sobre todo en los Salmos de David, que casi todos aprendió de memoria por repetirlos continuamente.
El Santo siguió viviendo el estilo de vida que hasta ahora hemos descrito por el espacio de quince años, conservando siempre inmaculado su candor y su inocencia, no habiendo nunca disgustado a su Dios, no solamente con la culpa grave, sino aún con las pequeñas faltas voluntarias, poniendo además toda su preocupación en huir de cualquier mínima sombra de mal, teniendo siempre presente el aviso del Espíritu Santo, que quien no toma en cuenta las cosas pequeñas cae en las graves.
Por lo tanto en esto fue muy cuidadoso nuestro José, tomando en cuenta las cosas pequeñas, guardando con gran rigor todos sus sentimientos y en particular los ojos, sin mirar a la cara a nadie, sobre todo del sexo opuesto, sabiendo como David y otros han caído por haber sido curiosos en mirar lo que no se debía; y cuanto más él se mortificaba en sus sentimientos, por ser fiel a su Dios, tanta más Gracia recibía de Dios, y tanto más crecía en él, el amor a Dios única razón de todos sus deseos.
Cuando a veces le venía en mente mirar alguna cosa que suele causar algún deleite a la vista, pero que luego trae consigo la pena al corazón por la culpa que fácilmente se contrae, nuestro José enseguida levantaba los ojos al cielo y allí se deleitaba al adentrarse con la mente a contemplar las bellezas increadas de su Dios, y así quedaba totalmente consolado. Este ejercicio lo practicaba a menudo, unas veces contemplando el atributo divino y otras veces, según las circunstancias venla a perder completamente el gusto por las cosas creadas, de modo que en él siempre se encendía más el amor de Dios y el gusto que sentía en deleitarse y entretenerse solamente con El.
Nuestro José fue también dotado de una gran Fe, de modo que nunca dudó de las promesas que Dios le había hecho por medio del Ángel que le hablaba en el sueño; y aunque viera tardar mucho las promesas, nunca vaciló, sino que estuvo siempre firme en creer que todo habría tenido un perfecto cumplimiento, imitando al Patriarca Abraham en la Fe; y las palabras que le decía el Ángel, eran consideradas como ciertas, esperando las promesas que le había hecho, no dejando nunca de suplicar a su Dios de modo que lo consolara dándole lo que el Ángel le había prometido.