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LA INSEGURIDAD FABRICADA

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Se busca empujar al electorado a elegir a los más extremistas para acabar con la delincuencia.

Redacción Expreso

¿Inseguridad fabricada? El crimen usado como un arma electoral en una democracia en jaque [ANÁLISIS] | Por Luis Lamas Puccio

Delincuencia desbordada, no por negligencia, sino por cálculo político frío y estratégico.

Puede aparentar ser una incongruencia, una contradicción o un absurdo imaginarnos o pensar que el aumento, desborde y descontrol de la delincuencia, como se está suscitando en nuestro medio, se deba más a una actitud política definida y no a la ausencia o carencia de un plan o una estrategia contra el crimen.

Hablo de generar, de una manera calculada o irresponsable, una situación de desorden, descalabro, confrontación e inseguridad ciudadana, poniendo en grave riesgo a la población como parte de un esquema político que utiliza la delincuencia como correa de transmisión a la criminalidad con fines políticos y electorales.

Una forma subrepticia y furtiva de hacer política, que por razones comprensibles pasa desapercibida y no es entendida como tal por el común denominador de los ciudadanos, quienes piensan que es obligación prioritaria de todo Estado hacer los mayores esfuerzos para prevenir y controlar la criminalidad como tema prioritario.

La inseguridad como acervo político

Hablo de una sociedad, en gran medida, impactada por el terror y el miedo colectivo que suscita la criminalidad descontrolada a raíz del aumento de toda clase de delitos violentos, en apariencia resultado de una falta o ausencia de un plan de acción contra el crimen en todas y cada una de sus facetas, aunado a la falta de un liderazgo fuerte y convincente.

Un componente en el que se mezclan razones psicológicas, legales, operativas y mediatas, en realidad como parte de una estrategia política bastante bien diseñada y, sobre todo, con miras a las próximas elecciones, que se caracterizarán, entre otros aspectos, por la presencia de un voto fraccionado, desinformado y mal encaminado, justamente para que la delincuencia y la criminalidad pasen a convertirse en elementos a tomar en cuenta antes de depositar el voto en una ánfora.

Mostrar un estado inoperante

Se trata de mostrar a un Estado —y a las instituciones que lo secundan en materia de prevención y tratamiento del crimen— como inoperantes, ineficientes y carentes de capacidad para enfrentar y tratar de solucionar un problema que es clave para cualquier sociedad medianamente organizada.

Las evidencias abundan en los reclamos y protestas de los gremios, que muestran cómo la criminalidad ha dejado de ser un problema residual para convertirse en acciones que los afectan directamente a través de asesinatos selectivos, extorsiones, ataques a la propiedad privada, chantajes y demás perjuicios.

Una afrenta que aparenta poner en tela de juicio la eficiencia y pulcritud del propio Estado, del Estado de derecho, de las leyes que lo sustentan y de quienes las aplican, reflejada no solo en el crecimiento del crimen, sino en su descontrol cuantitativo y cualitativo, al ser catalogado por los ciudadanos como un problema de primer orden y prioritario.

Esto coloca a las instituciones encargadas de hacer cumplir la ley en una situación de desprestigio e inoperancia.

Una animadversión colectiva e intencionada hacia las propias autoridades que lideran determinadas instituciones encargadas de custodiar el orden público y hacer cumplir las leyes.

Una fórmula política velada para desestabilizar y perturbar el Estado de derecho, con objetivos ideológicos, políticos y electorales: generar animadversión colectiva, ojeriza popular y, en última instancia, un descontento social generalizado.

Hablamos de propiciar condiciones extremas de inseguridad ciudadana como fórmula para provocar una ruptura o disloque en los esquemas tradicionales del ámbito electoral, en el entendido de que deben ganar las próximas elecciones quienes más respalden —o estén más cerca de— la aplicación de medidas extremas, incluso aquellas que menosprecien el Estado de derecho.

Propuestas populares que recurran a la aplicación indiscriminada de medidas que serían atentados contra la propia democracia.

Desde reincorporar la pena de muerte para distintos delitos, hasta encarcelar a todos los jueces, fiscales o cualquier otro funcionario en quienes prime el discernimiento antes que la barbarie punitiva, simplemente por estar en desacuerdo con las políticas penales que se implementen.

Componente político

Lo que viene aconteciendo en nuestra nación en los últimos años en materia de delincuencia, descrédito, inoperatividad, confrontación y desestabilización de la institucionalidad en la lucha contra el crimen no es algo ajeno, disparatado ni carente de lógica política.

Es un método de raciocinio inverso, contrapuesto, encontrado y hasta encubierto, sobre el cual no dudo que existe un inmenso peso político, por donde se le mire, y que puede o debe ser decisivo en las próximas elecciones.

Hablamos de confrontar a la opinión pública con la institucionalidad, representada en este caso por el electorado, con el fin de orientarla para que asuma posiciones radicales frente a lo que está ocurriendo.

Un voto electoral fraccionado, que deambula hacia los extremos y no hacia la lucidez, impulsado, entre otras razones, por la cantidad de candidatos que postulan, la multiplicidad de partidos en juego y la ausencia de propuestas electorales serias, que realmente susciten corrección y convicción en el electorado, frente a una ola de violencia y delincuencia incontrolable que crece cada día, tanto en violencia como en calidad y cantidad.

Inconsciente colectivo

Me refiero a una práctica electoral más orientada, inducida y conducida por la emoción, los sentimientos encontrados, el miedo y la frustración, que por el raciocinio, el razonamiento y la convicción.

Hablamos de un componente social, político y, a la vez, operativo, de contenido absorbente, convincente y dominante, como lo es el crimen, que por sus propias características —relacionadas con el miedo, la incertidumbre y la inseguridad— debe ser impregnado en el inconsciente colectivo como una especie de brújula que guíe a un electorado indeciso e inseguro.

Absurdo electoral

En una democracia subvertida o desarticulada ante el aumento de la criminalidad, el descontrol y otras patologías sociales, una fórmula ideal que se anida en el inconsciente popular puede definir el futuro de la democracia para revertirla. No se trata de desmantelar la democracia de manera rápida o convulsiva, sino de erosionarla desde su interior, de forma tal que cualquier abuso o exceso, por sus propias características, pase desapercibido como parte del tradicional juego democrático.

La delincuencia, como se manifiesta en nuestro medio en términos de su expansión, vigencia y descontrol, tiene una particularidad: ha dejado de ser un problema individual o residual para convertirse en un tema colectivo o comunitario, de orden altamente político y de contenido electoral.

El grueso de la información que todos los días recibimos no solo proviene de las pesquisas que brindan los programas informativos, sino de su recurrencia o alternancia hacia otras dimensiones, como son las próximas elecciones. Hablamos de anidar la delincuencia en el inconsciente colectivo, para de esa manera suscitar algún tipo de influencia o reacción en el acto electoral.