Julio está dedicado a la devoción de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor, derramada para el perdón de nuestros pecados; y la fiesta específica es el primer domingo del mes.
Redacción Pepe Galep
La Sangre de Jesús es el “precio de nuestra salvación”. La piedad cristiana siempre manifestó, a través de los siglos, especial devoción a la Sangre de Cristo derramado para la remisión de los pecados de todo el género humano, y atravesando la historia hasta el día de hoy con su presencia real en el sacramento de la Eucaristía.
San Juan Bautista presentó a Jesús diciendo: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Sin la Sangre de ese Cordero, no hay salvación.
El Papa Juan Pablo II, en su carta apostólica “Ángelus Domini”, subrayó la invitación de Juan XXIII sobre el valor infinito de esa Sangre, de la cual “una sola gota puede salvar al mundo entero de cualquier culpa”.
San Pedro enseña que fuimos rescatados por la Sangre del Cordero de Dios mediante “la aspersión de su sangre” (1 Pe 1, 2). “No olviden que han sido rescatados de la vida vacía que aprendieron de sus padres; pero no con un rescate material de oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha ni defecto.”
“Dios pensaba en Él desde antes de la creación del mundo, pero no fue revelado sino a ustedes al final de los tiempos.” (1Pe 1,19).
La Sangre de Cristo representa su vida humana y divina, de valor infinito, ofrecida a la Justicia Divina para el perdón de los pecados de todos los hombres de todos los tiempos y lugares. “Esta es mi sangre, sangre de la Nueva Alianza, derramada por muchos hombres en remisión de los pecados” (Mt 26,28).
En cada Santa Misa, la Iglesia renueva, actualiza y eterniza este sacrificio expiatorio por la redención de la humanidad. En promedio, cuatro veces por segundo esa oferta divina sube al cielo en todo el mundo, en las Misas.
FUE UNA GUERRA LA QUE APREMIÓ QUE EXISTIERA ESTA CELEBRACIÓN
Aunque a lo largo de los siglos la Iglesia presentó varias fiestas de la Santísima Sangre, no fue hasta el siglo XIX cuando se estableció una fiesta universal. Así, por ejemplo, previamente fue durante el pontificado Benedicto XIV (1740-1758) cuando se compusieron la Misa y el Oficio en honor de la Sangre adorable del Divino Salvador.
Tal y como señala san Juan XXIII en su Carta Apostólica Inde a Primis sobre la devoción a la Preciosísima Sangre, su “propagador admirable” fue en el siglo XIX, el sacerdote romano san Gaspar del Búfalo”, fundador de los misioneros de la Preciosa Sangre.
Durante la Primera Guerra Italiana por la Independencia en 1849, el Papa Pío IX se exilió en Gaeta, con Don Giovanni Merlini, tercer superior general de los Padres de la Preciosa Sangre.
Mientras la guerra seguía su curso, Merlini sugirió al Papa Pío IX que creara una fiesta universal a la Preciosa Sangre, para rogar a Dios que terminara la guerra y por fin hubiera paz en Roma.
Tiempo después, Pío IX hizo una declaración el 30 de junio de 1849 sobre su intención de crear una fiesta en honor de la Preciosa Sangre.
Pronto terminó la guerra y el Papa regresó a Roma tiempo después.
El papa Pío XI, como recuerdo del XIX Centenario de la Redención, elevó dicha fiesta a rito doble de primera clase, “con el fin de que, al incrementar la solemnidad litúrgica, se intensificase también la devoción y se derramasen más copiosamente sobre los hombres los frutos de la Sangre redentora”, explica san Juan XXIII.
Y, hasta el día de hoy, su Preciosa Sangre sigue con nosotros en la Eucaristía, por que Él está ahí para limpiarnos, sanarnos y darnos todo en su Sangre Bendita.