Un sacerdote de Lima nos hizo reflexionar sobre la gran concurrencia a la procesión del Señor de los Milagros en Lima y en todo el Perú.
Es de su agrado que la creencia y la Fe en el Cristo Crucificado, que es el mismo Señor de los Milagros, nos haga acudir para gozar de su presencia. Es importante y bueno que el Cristo Morado reciba el amor y la adoración de sus devotos, pero sería completo y de corazón que todos los que asisten se confiesen y comulguen antes o después, como muestra de integridad con el Dios de nuestro pueblo.
La tradición no se queda en una concurrencia obligatoria, sino de acercamiento inspirado a la conocida imagen del Crucificado en todas las latitudes donde hay creyentes católicos a reflejo de ser el Arca de la Alianza con su pueblo, sellando así el carácter distintivo del peruano que de corazón camina y ofrenda al Cristo Morado en el mes de octubre principalmente.
Nadie puede robarnos al Cristo Morado que llevamos en nuestro corazón, ya lo han intentado y no han podido ni podrán, porque es Dios quien pelea la batallas por su pueblo contra el mal, el maligno y sus agentes humanos que quieren sembrar pensamientos orientales, ideologías y costumbres en nuestra sociedad, en la educación, en la cultura en la política y hasta en la economía.
Ninguna nación se construye fuera de Dios, olvidando raíces, historia y tradiciones que apartan de conductas honestas de bien y de solidaridad convirtiéndose más bien en obstinaciones, inclinaciones y tendencias corruptas, haciendo al ser humano indiferente con el prójimo y codicioso y egoísta, impropias en el caminar de un buen cristiano católico.
Por eso, el Señor de Los Milagros quiere que siempre vivamos con esperanza, porque Él nunca nos abandona.