Por Ricardo León Dueñas

Cuando se defiende un principio difícilmente se yerra. Protesté contra la abusiva detención de la pareja Humala-Heredia. También lo hice contra la injusta prisión de Keiko Fujimori y su vía crucis judicial. Me horroricé cuando Alan García se suicidó en medio de una innecesaria diligencia judicial de madrugada cuando los mastines del gobierno de turno fueron a detenerlo. La prepotencia y el show mediático hacen las delicias de los idiotas que creen que la justicia es eso, se solazan cuando les toca a sus enemigos, pero cuando les tocan a los suyos entonces recién reparan en las injusticias. Una justicia que es puro fuego artificial sin resultados concretos y tangibles es la antesala a la barbarie.

Una justicia -y una prensa por cierto- al servicio de los poderosos no es justicia ni aquí ni en Timboctú. Por eso cuando un juez emite una írrita sentencia dándole la razón a César Acuña en su absurda demanda contra un periodista que escribió el libro “Plata como Cancha” tan solo reseñando todas las desafortunadas frases del político y pese a que ese hombre de prensa es -como todos sus amigos- progre, igual debo elevar mi voz de protesta por este atropello a la libertad de expresión.

Cuando se comete una injusticia esta hay que denunciarla no importa de quien se trate. Acuña es aliado de este gobierno improvisado y de ultra izquierda, uno que salió elegido gracias a que muchos amigos caviares pensaron que con unas marchitas lo iban a sacar. Lo cierto y real es que ya lleva seis meses y días de un desastroso desgobierno y van camino a controlar todo, justicia incluida, cual mafia enquistada en todo el aparato público.